Oswaldo Rivera Villavicencio, poeta mayor de las letras locales.
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Nació en Latacunga un 13 junio de 1930. Hijo de Rómulo
Rivera (quien fuera Secretario del Municipio de Ambato) y de Ana María
Villavicencio Toro, es Licenciado en Ciencias de la Educación, especializado en
Filosofía. Escritor y columnista de varios diarios y revistas nacionales y
extranjeros. Educador en las provincias de Cotopaxi y Pichincha, Presidente de
la Casa de la Cultura de Cotopaxi, funcionario y Director Nacional de
Planeamiento de la Educación del Ministerio respectivo. Poeta. Ha publicado
varias obras de filosofía, biografía, literatura, historia, cultura popular,
ensayos y crítica literaria que pasan de una treintena. Algunas de ellas: Reflexiones filosóficas y comentarios, Juventud y Angustia, Pensamiento Filosófico de Juan Montalvo, Etica Profesional, Vibraciones del Tiempo, Rostros Americanos, Relatistas de Cotopaxi, Percepciones Lingüísticas Populares, Simón Rodríguez: pensador y maestro, Pensamiento Educativo de Bolívar, Vibraciones del tiempo, Escritores de Cotopaxi, La literatura en el pasillo ecuatoriano, Leyendas tradiciones y otros cuentos,
etc.
“Caminando”
Nada
ahora permite conjugar en pretérito; al parecer se nos vino una fuerza
inevitable de querer componerlo todo sobre el caos, un día le pregunté que
significaba ser “latacungueño”: “nunca es irse a pesar de la ausencia, o del
desarraigo, una suerte de cosmopolita” me refirió mientras paladeábamos sobre
Ortega y Gasset y algo parecido a empatar el tema del pasillo en la literatura
ecuatoriana.
Que
el hombre es él y sus consecuencias, que la razón ética del latacungueño sabe a
la condescendencia antes que a su propia confianza, porque únicamente los
íntimos se pueden brindar este valor, el de la solidaridad y la hospitalidad:
hacer un favor sin mirar a quién, guiar.
Es
una suerte dialéctica, ese lugar donde procuramos al fin ser contemporáneos de
todos los hombres; el latacungueño no es único, no es irrepetible, no es una
esencia, es una historia y esa historia sigue en movimiento y uno de esos
episodios ha sido escrito, en sentido más semántico, por el intelectual Oswaldo
Rivera Villavicencio (1930-2013).
En
mitad de esa construcción significante, tuve la oportunidad del finísimo arte
de la amistad, a pesar de la zancada generacional coincidimos en una respuesta
que me diese a la tesis de cuál posición política tenía él: “la ideología no es
filosofía, creo firmemente en la democracia”
fue siempre su atino y convicción.
Dedique
hace más de un año en esta misma columna un afanoso perfil sobre Rivera
Villavicencio como el apóstol mayúsculo de la intelectualidad local, sin
empacho me acercó un agradecimiento más bien alentador pues su gesto tenía
tanto de humildad como de sabiduría, el de colegas, el de prójimos.
Habría
de recordar entonces la pasión puesta por un tema recurrente sobre el poeta
modernista Valencia, algunos apuntes sueltos y la férrea tesis defensiva de
incluirlo en los anales de la antología latinoamericana con regios argumentos y
estudios contundentes para erradicarlo de las fauces de la marginalidad a la
que ha sido injustamente heredado.
No
hemos tenido tiempo para despedirnos, los más cercanos hemos apiado la rutina,
referido al silencio, homenajeado la amistad y más avezados aún conspiramos
contra el olvido. El significado profundo de decir adiós es volver hacia la
esencia; mis sentidas condolencias a la familia de tan valeroso ser humano,
Oswaldo Rivera V.
En
su última línea ante la inquietud y afirmación de que si Latacunga es un
laberinto le dije alguna vez: ¿y cómo se
sale de tremendo laberinto? y me contestó “caminando”.