miércoles, 30 de abril de 2014

Viva Macondo

Recibí la noticia y derepente comprendí la frase que leí en “El olor de la Guayaba” (conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza) en aquellas banderas y circunstancias de patrias y de exilio, eran otros los rostros, otras las luces, la aurora y la convicción, de que “la muerte no llega con la edad sino con el olvido”.

Durante toda esta semana en las portadas, reportes, artículos, opiniones y todo elemento periodístico, rotó entorno a los funerales del nobel colombiano Gabriel García Márquez; un cierto tedio mediático que simplificó, al margen de todo, la reflexión sobre una forma condescendiente de homenajear al ilustre literato releyendo su obra.

Para las nuevas generaciones o la más puntual a la que he llamado sin modestas usurpaciones la “Generación huérfana” nos compete recapitular sin excesos o acartonamientos “intelectualoides” que hubo a su tiempo un nutrido grupo de jóvenes escritores que tomaron partido sobre el escenario universal, y lo diré sin aspavientos, directo, a quemarropa, que es asunto nuestro no berrear ni el legado ni la constancia de este grupo donde destacó García Márquez.

He confesado sin rubor alguno que no he leído enteramente su obra capital, más me empeciné en sus crónicas, que a juicio son un vivo ejemplo de respeto y honestidad intelectual sobre el oficio al que “Gabo” calificó como el más hermoso del mundo: el periodismo.

Conozco también, en practica plena, sobre un anecdótico pasaje allá en los ochentas, de un coterráneo amigo Leonardo Barriga que tuvo como misión diplomática el invitar al nobel a asistir a una convención de escritores en el Ecuador, que perdido en Cartagena, sólo atinó a saludarlo desde el otro lado de la baranda en busca de una rubrica o una noticia de su ausencia al acto en el país, que al pasar los meses rubricó un libro en la feria del libro en Bogotá; lo póstumo carece de sentido común cuando no se ha sido consecuente, y eso compromete a sobre pasar los límites de recordar con halagos y excesivas citas a la persona ausente.

Releer sus obras le condujeron a García Márquez a reflexionar que uno siempre está escribiendo el próximo libro, la próxima obra, que casi siempre será superior y mejorada que la antecesora; que el valor de la memoria y la felicidad muchas de las veces puede ser un color, una clase de flor y que todos tenemos nuestro Macondo, ese realismo mágico que contar.