La
textura de lo humano, de la solitud, del esperpento, un ensayo vital, un lienzo
tatuado con instantes y soledades, una bandera echada al viento en lo alto de
una ciudad; Benedetti lo llamaba “des-exilio” un andamio construido para
sentirse ausente exilado en la misma patria.
Gabriel
Cisneros Abedrabbo, (Latacunga 1972)
nombre y figura memorable, inca y encona en la denominada novísima
literatura ecuatoriana, consiente de un desértico paisaje donde la intromisión
debe claudicar, es urgente, es impostergable; las voces deben sumar el gran
grito.
La
patria primigenia de todo ser humano, su espacialidad, su esencia, su contexto
siempre será la piel, una suerte de consigna y juramento, un samurái
contemplando la caída de las flores sobre el pasto, el sosiego del agua de un
cántaro roto, todas las formas, la eroticidad de la palabra, la agudeza del
desamor el cuchillo cercenando la carne de la distancia. Todo.
Cisneros
Abedrabbo, presenta Pieles, un gajo y gaje insondable, un demonio que acorrala
a ese oficio de la escritura; un hombre son las ciudades que habita, un cuarto
de paredes rugosas con un techo infinito, un golpe en la puerta, en el corazón.
“Pieles”
de Cisneros Abedrabbo ha llegado para conmover, para tocarse, para acariciar,
por eso que ahora admiraremos, esa desnudez en una performance que dibuja la
danza, la nombradía, el eco, el habitante desolado, la acción alcanforada de
escribir sobre la extensa vida.
Cisneros
no es más el poeta, no es más el escritor, es la esencia, el manojo de
palabras, una sintaxis madura, una víctima de la literatura, una trama que
forman la dignidad humana, la poesía misma, el empresario de su propio talento.
“Pieles”
poética de la ausencia, reafirmación y legado, un pretexto para sondear,
tantearse, sentirse del alama a la piel, esa otra epidermis llamada constancia.