En
una parcela onírica el azul se esparcía por todo lado, era un costado inferior
del tríptico del Bosco, El jardín de las delicias, en esa tela el rostro
delator del parricida se difumina en la llanura detrás de la fuente, es
1985, la página empieza por hablar de la
abominación de los espejos y un volumen de Ficciones, editorial Espasa, abre el
sésamo de una noche entreverada de pesadillas, delatores, y la secta visceral
de Paco, Vittorio y Lautaro.
La
ciudad cualquiera era una garganta, luego de montarse en el automóvil de Paco,
Lautaro y Vittorio se largaban por ahí para discutir cosas que eran
intrascendentales para los otros. Esa noche compartieron el menú en un Chifa al
norte de la ciudad. Hablaron de Honorio Bustos Domecq,de una ficción acaecida
en el siglo pasado y que parte de un versículo de una de las hojas ordenadas
por Borges, la amistad, el compromiso de escribir, el azar, y la complicidad y
lo efímero como son la muerte y el amor.
Y
me pareció sumamente gracioso y patético, quería fumarme un cigarrillo, no era
contraproducente pero para Vittorio era sumamente peligroso que fumara a su
lado. Y cuando hablo de él hablo de mí, cosas que a tientas narrativas parece
una confusión pero que cuenta si el que escribe soy yo y el que me dicta es
él.
Ese
Vittorio que es un hijo de las clases medias, un tipo que se enamora locamente
y que al cabo de dos años esta sólo amigo de Paco, y Lautaro.
Pero
me gusta hacer el amor con Pola, aunque a mitad de la noche predice un fatal
infierno, entonces no entiendo que fuerza delatora acuña su hierro en el
escudo, filtra en sus elementos, corroe todo el fuego amalgama y lacera el
poema:
Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
El contacto y el hábito de Tlön
han desintegrado este mundo. Encantada por su rigor, la humanidad olvida y
torna a olvidar que es un rigor de ajedrecistas, no de ángeles.
Había
paseado por el pasillo del hospital, contó los azulejos y miro unas manchas de
lodo hecho de huellas de zapatos humedecido y el cristal de la ventana sudaba
la pertinaz granizada que poco a poco lagrimeaba en su cristal.