jueves, 13 de enero de 2011

XII


entonces ella supo que siempre había sido
un pocoautora de todos sus poemas.

J.E.Adoum

Los primeros días de enero separé un pasaje hasta el D.F. quería llegar hasta Ciudad Juárez, buscarte entre la gente. Sentía que ese migrar me separaba definitivamente. Eran otros años. Al fin a mis treinta y tres encontré un libro de Bolaño, hicimos el amor el fin de semana y estaba desfinanciado. Lo que recuerdo de ese día fue que hablé de juntarme a su cordón umbilical, de esa tremenda fragilidad de perdurar, de que a pesar de reconocer que no hay inmortalidad quería aliarla a mi, seguir la senda vaga de la fe en la amistad, en la literatura, en el amor; no sé si eso sea religión o devoción, que no son lo mismo, pero creía que estar en el amor era dormir desnudos sin razón, pasar el hambre, mirar taciturnos la puerta e intentar volver a cada lugar.

Baly reprochó la compra de un Bolaño en mitad de la hambruna, se abotonaba la blusa y se acomodaba los vaqueros como si se tratara de huir perseguidos. Era tarde. Las siete. Me quedé asombrado como el tiempo se espiga como un gusano sedoso por el contorno de las paredes. Me pidió que le dijera algo: alcancé a mirar de reojo la piel morena que le cubría el alma, era eso el amor. Sentarme luego a enfrentarme contranatura a sobrevivir, a escribirle una especie de poemas como aguafuertes, bosquejos de su cuerpo desnudo amado, evaporizante de palabras.

Llovía.
Entre papeles encontré una carta que fue escrita en el verano del 2000, era otra ciudad. El frío sobre el cristal demoró un vacío que me hizo recordar de súbito ver subir estrepitosamente por entre los charcos de la calle Allende a Beatriz Viterbo, buscaba creo la cita postergada con Dante. Pensaba en los días de gloria con la secta fundada por Dante Portinari, Edward, Vittorio y Escarlata. Sementales cabríos deseosos de comerse el mundo. Emily llamó de larga distancia pregunto por Dante en el contestador. El decidió no anunciarse. Dejó un mensaje:

–Llamaré luego, viajo aun más al sur, estoy en Santiago, llegué cansada. Te extraño.

Se dejo sobre el sillón, fumó con cierta pasión sus cigarrillos mal acabados. Después de todo y tanto nada queda tras de mi, sólo una mujer, gastada como por tanto andar a pie. Desde donde haz venido yéndote.

Me niego a seguir con esta novelita Lumpen. Madrugaré mañana. Los celos y la impotencia están en desorden, este exilio me hace más al norte todavía. En mitad de la noche reniego pensar que sea tristemente el día de despedirnos.

(.....)

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