martes, 27 de marzo de 2012

Feminidad ferviente



Una página mayúscula de la historia refiere el nombre de una dama ejemplar que azuzó desde su ímpetu la intelectualidad, la inclusión, la participación y la ternura: la feminidad.
Victoria Vásconez Cuvi (Latacunga 1891 – Quito 1931) con su acción ejemplar no sólo destacó sus intenciones particulares sino denotó que la aportación y la inserción femenina era un asunto irrevocable. Junto a Zoila Ugarte de Landívar, María Angélica Idrobo, Rosaura Emelia Galarza engrosó el consejo editorial de la Revista “Alas” que sirvió de performance de sus ideas fundamentales, caso particular y acucioso sobre “Problemas educativos”, “Ensayos literarios”, “Actividades domésticas y sociales de la mujer”, un folleto póstumo dedicado a la “Vida de Mariana de Jesús” trabajos que fueron dispersos y difundidos en revistas y periódicos del pensamiento femenino ecuatoriano significaron su obra capital.

De influencia humanista y universal desde el seno familiar, ya que su padre poseía un alagado acceso a la biblioteca patrimonial que compiló con esmero comprendiendo que la ilustración era un valor inmaterial que debía cultivar en sus hijos. Sus vínculos e influencias refieren y sobresalen entonces incluso en correspondencias que fluyeron con otro valor intelectual destacado como lo fue Don Juan Abel Echeverría de quien preció de su amistad.
Su primer libro lo edita en 1922 obra que destaca sus valores estéticos, “Ensayos literarios” soslaya en titulares regios como: “Clarines y trompetas”, “Vicente León” “Canción de primera”, “Tristeza”.

Victoria Vásconez Cuvi esboza con armoniosa sutileza los deberes, conductas y comportamientos femeninos entre lo público y privado, no como suerte de catecismo, sino regidos en cortesía, entelequia, sin dejar de lado el elemento trascendental y distintivo de la mujer: la ternura. A esta altura resulta urgente insinuar la investigación, con todo su rigor y disciplina, además de la recopilación de su pensamiento y obra para conocimiento de quienes amparamos el interés de rescatar a un valor humano que figura como incitadora del pensamiento femenino ecuatoriano. Legitimación necesaria a propósito de las bodas de oro de la institución que lleva el nombre.

viernes, 16 de marzo de 2012

Macondo y las orillas de lo virtual


El hijo del telegrafista de Aracataca quizá nunca imaginó que ese pálpito de escribir “Cien años de soledad” le llegaría la tarde del domingo 19 de febrero de 1950 cuando acompañaba a su madre, Luisa Santiaga Márquez Iguarán, en un viaje al pueblo para vender la casa de los abuelos.

Lo cierto es que Sabina, cantautor español, soslaya ese universo en la estrofa de su canción Peces de ciudad, tarareada sinfín de veces y desafinada al fin que: “En Macondo comprendí, que al lugar donde haz sido feliz no debieras tratar de volver”, esa sentencia me resume en cierta medida que no he logrado cruzar la página 77, cabalístico o no, de ese límite mi atrevimiento de lector inicial a no he podido ni medianamente justificar cuando alguien me consulta si he leído Cien años de soledad.

Por eso creo que la construcción de los mundos han fustigado la misma epifanía con que Gabriel García Márquez esa tarde del mes de junio de 1965 cuando, con su familia, se desplazaba en su pequeño vehículo marca Opel por la carretera que de Ciudad de México conduce al balneario de Acapulco tomó la firme decisión del encierro que duró meses en su casa con el fin de darle forma a ese mundo maravilloso que llenaba su mente.

Sin el temor de ser calificado como lector fetichista lo corpóreo y lo tangible son imprescindibles al momento de leer, acariciar torpe o codiciosamente un libro, aspirarlo, identificar la tipografía, las frases como hilarantemente van construyendo, en este caso, Macondo, la ficción más próxima, ese universo maravilloso de la literatura.

García Márquez dice que el nombre de Macondo lo vio escrito en una tablilla a la entrada de una hacienda que antes había sido de la compañía bananera. Lo descubrió desde la ventanilla del tren cuando se dirigía a Aracataca acompañando a su madre ese 19 de febrero de 1950.

Pero la multiplicidad de los Macondos crepitan en la universalidad del lenguaje, ese pequeño pueblito del Caribe poblado por la magia de los Buendía, está en la web por el módico precio de 7,8 dólares, su transmutación, las orillas, los orígenes, constitución y legitimidad son infinitas.

El escritor no sabía que era el nombre de un árbol de tronco redondo que alcanzaba hasta cuarenta metros de altura, descubierto por Humboldt en 1801 en los alrededores de Turbaco. Tampoco sabía que era el nombre que le daban a una tribu milenaria en Tanganika.

jueves, 8 de marzo de 2012

Mujeres


Hay mujeres que arrastran maletas cargadas de lluvia,
Hay mujeres que nunca reciben postales de amor,
Hay mujeres que sueñan con trenes llenos de soldados,
Hay mujeres que dicen que sí cuando dicen que no.

Hay mujeres que bailan desnudas en cárceles de oro,
Hay mujeres que buscan deseo y encuentran piedad,
Hay mujeres atadas de manos y pies al olvido,
Hay mujeres que huyen perseguidas por su soledad.

Hay mujeres veneno, mujeres imán,
Hay mujeres consuelo, mujeres puñal,
Hay mujeres de fuego,
Hay mujeres de hielo,
Mujeres fatal.
Mujeres fatal.

Hay mujeres que tocan y curan, que besan y matan,
Hay mujeres que ni cuando mienten dicen la verdad,
Hay mujeres que abren agujeros negros en el alma,
Hay mujeres que empiezan la guerra firmando la paz.

Hay mujeres envueltas en pieles sin cuerpo debajo,
Hay mujeres en cuyas caderas no se pone el sol,
Hay mujeres que van al amor como van al trabajo,
Hay mujeres capaces de hacerme perder la razón.