martes, 24 de abril de 2012

“Mundi” Lanas el último Luthier universal andino


In memorian de Víctor Edmundo Lanas Lanas 1948 – 2012
Por: Miguelángel Rengifo Robayo Periodista - Escritor
Fotografía: Ángel Javier Rivera Fotoperiodista

Clave Biográfica:
Víctor Edmundo Lanas Lanas nació en Santiago de Chile en febrero de 1948 hacedor creativo de guitarras e instrumentos de cuerda, destacado artista; toda una vida dedicada a la creación falleció inesperadamente suspendiendo el legado más designado del oficio de Luthiers. Sus cercanos lo conocieron como el “Mundi”.

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El taller luce calmo, un leve rayo de sol mertiolate lentamente se posa por entre gubias, limas, prensas, cierras; sobre el mesón de trabajo un pedazo cóncavo de ébano dormita como un dinosaurio para siempre.

El polvo de las maderas diminutas se evaporan hasta el átomo reflejando el último rayo de luz mientras la oración de la tarde a lo lejos declina el día en Latacunga, lugar donde nació Víctor Edmundo “Mundi” Lanas el último Luthier universal y andino que ha calmado sus manos por la irrupción abrupta de la partida.

Fue raudo como un látigo, no tuvo tiempo para arrullar al dinosaurio, el tiempo como la escorpina sobre el lomo emblandecido de un pino dio la forma sensual a una guitarra, pero era sólo un esnobismo porque sus guitarras tenían el gesto cubista en largas líneas rectas, su firma se robustece en el armonioso rasgar de las cuerdas, su agudísimo oído y sus manos componen el alma de este aromoso instrumento musical.

En esas idas y vueltas sus extensiones humanas, demasiado humanas, que eran sus creaciones, un pedazo de madera que emitía sonidos ante el virtuosismo de manos, dedos, uñas, vitelas, puentes, alma, venas, ganas, crujía por el escenario sin otro agitar que el del corazón y el suspirar ocasional de quienes maravillados desde la butaca del Teatro Nacional Sucre en la primavera de algún olvido, Terry Pazmiño consagrado guitarrista quiteño presumía una guitarra “Lanas”  mientras un  pasillo efervescía en el aire y los presentes maravillados elogiábamos la complicidad de una guitarra Lanas y el virtuosismo del artista.

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El francés Jaques Derrida reflexiona sobre la palabra “à-Dieu” (Adiós) ruborizado por el temor de pronunciarlo ante el desenlace de decirlo a Emmanuel Levinas su maestro y amigo quien le enseñó a pronunciarla de otra manera en el irreprochable acoso de la muerte.

Sabía que mi voz temblaría en el momento de hacerlo –dice-, y sobre todo de hacerlo en voz alta y pronunciar la palabra adieu aquí, ante él, tan cerca de él. Esa misma palabra, “à-Dieu”, que en cierto sentido me viene de él.

Entonces medito sobre lo que Levinas escribió acerca de la palabra francesa “adieu” y espero encontrar la entereza para hablar aquí entorno a ese gesto de dignidad humana sobre el elogio de la ausencia. Me gustaría hacerlo con las palabras de un niño, llanas, francas, palabras desarmadas como mi pena, esa condescendencia práctica de la que refiere la sensatez popular de reconocer y ser en la existencia “en vida hermano, en vida” dice el público.

El adiós del à-Dieu no marca el fin. “El à-Dieu no es una finalidad”, sostiene, desafiando la “alternativa entre el ser y la nada”, que “no es final”. El à-Dieu saluda al otro más allá del ser en “lo que significa más allá del ser la palabra gloria”. “El à-Dieu no es un proceso del ser; en el llamado soy de nuevo atraído al otro ser humano a través del cual este llamado tiene significado: al prójimo por el que debo temer”
A pesar de que ese verbo no me pertenece, Mundi Lanas fue constante en su aprendizaje, empleando ciencia y arte como un amalgama necesaria de perdurar en esa memoria auditiva en el tararear de una canción; y más, su pertinencia habría de ser de una exquisitez  única porque no todos podríamos destacar ese espíritu creador por hacer de un objeto trivial el más imprescindible.
Mundi Lanas nos ha legado ese carisma afectuoso y ferviente, ese gesto mayúsculo que se le salía del mapa, quedan el hombre y la obra, la leyenda empieza.
 

 
 

lunes, 23 de abril de 2012

La ética del gran insultador


Era el exilio. Cuando García Moreno murió, Juan Montalvo Fiallos estaba en Colombia. Ahí lanzó la frase lapidaria: “Mía es la gloria; mi pluma lo mató”. Después se fue a Perú y volvió a París. En esa época era ya perseguido político del gobierno de Ignacio de Veintimilla.
La vigencia del pensamiento montalvino surge hoy coyuntural y esmerado en su uso y abuso, lo advierten las publicaciones aparecidas en las columnas de los principales rotativos nacionales, incluso en el discurso oficial como contrarréplica a la filosofía integral de este mayúsculo personaje de nuestra patria; la interpretación conveniente a las circunstancias supera ese margen de significaciones.
¿Qué mismo dice Montalvo, hemos sido condescendientes en conocer a profundidad su pensamiento, ha sido pragmático el accionar de la ética en la vida diaria? Montalvo conmueve al más apasionado y común personaje contemporáneo, los usos de sus reflexiones y argumentos apegados al civismo reafirman otros derroteros, no deberíamos subestimar ese cometido en vanagloriarnos hasta la saciedad ultrajando sus frases, postulados en epígrafes, citas y citas por doquier.
A 180 años de su natalicio merece esa consideración especialísima como un acto reverencial y de reconocimiento, no como un acto polifacético de la publicidad a secas, sin contenido de fondo en el propósito. Por ese pecado general de la mala memoria que ocurre con el pueblo. Saber que con su acerada pluma avergonzó a los tiranos, que su sátira le ganó el elogio del escritor español Miguel de Unamuno que lo llamó el Gran insultador.
El dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht decía: “Me parezco al que llevaba el ladrillo consigo para mostrar al mundo como era su casa”. Esa roca limada al tiempo con el estoicismo más digno y altivo lo replicaría Juan Montalvo en un manuscrito confeso e íntimo a su leal amigo Rafael “Mi querido amigo me harás el favor de leer sólo esta carta la última peseta me la he comido ya, que le diría al dueño de la casa el día de la próxima cuenta, nunca yo hubiera pensado que el exilio tomara tan horrible forma, un hombre no debe llegar a este transe, los amigos deben repartirse el hambre como hermanos, ¿te será posible ofrecerme mil francos?, saldré a la fama y tu habrás contribuído a la honra de tu patria y de esta América” eran los días amargos e insomnes del exilio, la nostalgia y la noción verdadera de tener Patria.
La patria es el hogar donde uno encuentra cobijo mientras llueve estrepitosamente en el mundo, el portón abriéndose como los abrazos. El cobijo, la lealtad, lo que alcanza sin reniegos a reclamar Montalvo “Quiero el sol, las campanas, la hacienda, la leche caliente, daría mis ocho años en Europa por cuatro días de felicidad doméstica”