In memorian de Víctor Edmundo Lanas Lanas 1948 – 2012
Por: Miguelángel Rengifo Robayo Periodista - Escritor
Fotografía: Ángel Javier Rivera Fotoperiodista
Clave Biográfica:
Víctor Edmundo Lanas Lanas nació
en Santiago de Chile en febrero de 1948 hacedor creativo de guitarras e instrumentos de
cuerda, destacado artista; toda una vida dedicada a la creación falleció
inesperadamente suspendiendo el legado más designado del oficio de Luthiers. Sus
cercanos lo conocieron como el “Mundi”.
i
El taller luce calmo, un leve rayo de
sol mertiolate lentamente se posa por entre gubias, limas, prensas, cierras;
sobre el mesón de trabajo un pedazo cóncavo de ébano dormita como un dinosaurio
para siempre.
El polvo de las maderas diminutas se
evaporan hasta el átomo reflejando el último rayo de luz mientras la oración de
la tarde a lo lejos declina el día en Latacunga, lugar donde nació Víctor Edmundo
“Mundi” Lanas el último Luthier universal y andino que ha calmado sus manos por
la irrupción abrupta de la partida.
Fue raudo como un látigo, no tuvo
tiempo para arrullar al dinosaurio, el tiempo como la escorpina sobre el lomo
emblandecido de un pino dio la forma sensual a una guitarra, pero era sólo un
esnobismo porque sus guitarras tenían el gesto cubista en largas líneas rectas,
su firma se robustece en el armonioso rasgar de las cuerdas, su agudísimo oído
y sus manos componen el alma de este aromoso instrumento musical.
En esas idas y vueltas sus extensiones
humanas, demasiado humanas, que eran sus creaciones, un pedazo de madera que
emitía sonidos ante el virtuosismo de manos, dedos, uñas, vitelas, puentes,
alma, venas, ganas, crujía por el escenario sin otro agitar que el del corazón
y el suspirar ocasional de quienes maravillados desde la butaca del Teatro
Nacional Sucre en la primavera de algún olvido, Terry Pazmiño consagrado
guitarrista quiteño presumía una guitarra “Lanas” mientras un pasillo efervescía en el aire y los presentes maravillados
elogiábamos la complicidad de una guitarra Lanas y el virtuosismo del artista.
ii
El francés Jaques Derrida reflexiona
sobre la palabra “à-Dieu” (Adiós) ruborizado por el temor de pronunciarlo ante
el desenlace de decirlo a Emmanuel Levinas su maestro y amigo quien le enseñó a
pronunciarla de otra manera en el irreprochable acoso de la muerte.
Sabía que mi voz temblaría en el
momento de hacerlo –dice-, y sobre todo de hacerlo en voz alta y pronunciar la
palabra adieu aquí, ante él, tan cerca de él. Esa misma palabra, “à-Dieu”, que
en cierto sentido me viene de él.
Entonces medito sobre lo que Levinas
escribió acerca de la palabra francesa “adieu” y espero encontrar la entereza
para hablar aquí entorno a ese gesto de dignidad humana sobre el elogio de la
ausencia. Me gustaría hacerlo con las palabras de un niño, llanas, francas,
palabras desarmadas como mi pena, esa condescendencia práctica de la que refiere
la sensatez popular de reconocer y ser en la existencia “en vida hermano, en
vida” dice el público.
El adiós del à-Dieu no marca el fin.
“El à-Dieu no es una finalidad”, sostiene, desafiando la “alternativa entre el
ser y la nada”, que “no es final”. El à-Dieu saluda al otro más allá del ser en
“lo que significa más allá del ser la palabra gloria”. “El à-Dieu no es un
proceso del ser; en el llamado soy de nuevo atraído al otro ser humano a través
del cual este llamado tiene significado: al prójimo por el que debo temer”
A
pesar de que ese verbo no me pertenece, Mundi Lanas fue constante en su
aprendizaje, empleando ciencia y arte como un amalgama necesaria de perdurar en
esa memoria auditiva en el tararear de una canción; y más, su pertinencia
habría de ser de una exquisitez única
porque no todos podríamos destacar ese espíritu creador por hacer de un objeto
trivial el más imprescindible.
Mundi Lanas nos ha legado ese carisma
afectuoso y ferviente, ese gesto mayúsculo que se le salía del mapa, quedan el
hombre y la obra, la leyenda empieza.