Era
el exilio. Cuando García Moreno murió, Juan Montalvo Fiallos estaba en
Colombia. Ahí lanzó la frase lapidaria: “Mía es la gloria; mi pluma lo mató”.
Después se fue a Perú y volvió a París. En esa época era ya perseguido político
del gobierno de Ignacio de Veintimilla.
La
vigencia del pensamiento montalvino surge hoy coyuntural y esmerado en su uso y
abuso, lo advierten las publicaciones aparecidas en las columnas de los
principales rotativos nacionales, incluso en el discurso oficial como
contrarréplica a la filosofía integral de este mayúsculo personaje de nuestra
patria; la interpretación conveniente a las circunstancias supera ese margen de
significaciones.
¿Qué
mismo dice Montalvo, hemos sido condescendientes en conocer a profundidad su
pensamiento, ha sido pragmático el accionar de la ética en la vida diaria?
Montalvo conmueve al más apasionado y común personaje contemporáneo, los usos
de sus reflexiones y argumentos apegados al civismo reafirman otros derroteros,
no deberíamos subestimar ese cometido en vanagloriarnos hasta la saciedad
ultrajando sus frases, postulados en epígrafes, citas y citas por doquier.
A
180 años de su natalicio merece esa consideración especialísima como un acto
reverencial y de reconocimiento, no como un acto polifacético de la publicidad
a secas, sin contenido de fondo en el propósito. Por ese pecado general de la
mala memoria que ocurre con el pueblo. Saber que con su acerada pluma avergonzó
a los tiranos, que su sátira le ganó el elogio del escritor español Miguel de
Unamuno que lo llamó el Gran insultador.
El
dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht decía: “Me parezco al que llevaba el
ladrillo consigo para mostrar al mundo como era su casa”. Esa roca limada al
tiempo con el estoicismo más digno y altivo lo replicaría Juan Montalvo en un
manuscrito confeso e íntimo a su leal amigo Rafael “Mi querido amigo me harás
el favor de leer sólo esta carta la última peseta me la he comido ya, que le
diría al dueño de la casa el día de la próxima cuenta, nunca yo hubiera pensado
que el exilio tomara tan horrible forma, un hombre no debe llegar a este
transe, los amigos deben repartirse el hambre como hermanos, ¿te será posible
ofrecerme mil francos?, saldré a la fama y tu habrás contribuído a la honra de
tu patria y de esta América” eran los días amargos e insomnes del exilio, la
nostalgia y la noción verdadera de tener Patria.
La
patria es el hogar donde uno encuentra cobijo mientras llueve estrepitosamente
en el mundo, el portón abriéndose como los abrazos. El cobijo, la lealtad, lo
que alcanza sin reniegos a reclamar Montalvo “Quiero el sol, las campanas, la
hacienda, la leche caliente, daría mis ocho años en Europa por cuatro días de
felicidad doméstica”
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