El primer intento fue adolescente, el tejo se desparramó por
todas las casillas en mitad del patio, en la boca calle, he leído Rayuela
obsesivamente como si el atino fuera a devolverme ese instinto básico de la
edad de la punzada, han sido 12 veces hasta la fecha casi siempre en períodos
de premonición y silencio.
La última vez que la leí fue a finales de 2009 aprendí en esa novela mis modestos conocimientos sobre el modernismo, me refiero a la ruptura de las formas a saber esa desesperación de que nada dura y al final todo se pierde.
La última vez que la leí fue a finales de 2009 aprendí en esa novela mis modestos conocimientos sobre el modernismo, me refiero a la ruptura de las formas a saber esa desesperación de que nada dura y al final todo se pierde.
En los remotos años 90, más preciso en el verano de 1996, habría de encontrarla en la estantería entre periódicos de fútbol, historietas, y una ilustración de un tal Charlie Parker, era la intuición de lo que más tarde llamaría “El club de la serpiente”; eran sin duda el deslumbramiento a la literatura latinoamericana y axioma fundamental de sentirse escritor y lector.
A los 23 años yo hacía mis primeras armas como escritor mimetizado en un seudónimo poco frecuente que rubricaba manuscritos como Baltazari; Rayuela sigue siendo un estudio sobre el exilio, el salto al abismo, una parábola a la soledad, un regreso a la vanguardia, mil formas de decir adiós a la juventud.
Hace un par de años extravíe en una mudanza un libro biográfico cuyo nombre se pierde entre la ventisca de mi anzehilmer: algo así como Historias de Cronopios sin famas, editorial única, en ese texto había leído que al bajar las escaleras fatalmente enfermo en la hora de su despedida Julio Cortázar acarició el lomo de sus libros, les susurro al oído como despidiéndose, miró a su gato detrás del cristal, y no volvió más.
La novela Rayuela (Julio Cortázar) el privilegio estético del juego y el azar, las imagen en fuga de todos lados, es el embrión inserto sobre una generación ávida de comerse el mundo a trancazos, el fin de una ráfaga llamado “Boom”.
Existe una relación prescindible con nuestro país, con el absoluto arte de la amistad, su correspondencia y encuentros con Jorge Enrique Adoum a quien cariñosamente le decía “Turquito indio” sigue fundando más capítulos y cómplices, se celebran 50 años de Rayuela la obra cumbre del enormísimo Cronopio.
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