lunes, 6 de mayo de 2013

Miradas detrás del espejo





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La editorial Pedro Jorge Vera puso a circular bajo el título “Leña verde, antología de la cocina andina ecuatoriana” (Quito - 2011) un volumen que se devora literalmente sus páginas con los ojos; llama su atención casi como el paladear de tragos largos en la garganta el agua y la sed de las horchatas, sinónimo de la fidelidad de los sabores en un libro, la doble satisfacción del comensal que ahora es llamado así mismo lector, un fresco de paladeantes palabras hechas con el aromoso afán del pan y todas sus espigas.

El cuajo de todas las nubes leches entre el mordisco de las hojas verdes de una achera, en la solemnidad de un plato bondadoso desbordante como las costas añoradas en mitad de los andes, un plato prescindible y abarcable con su sazón e identidad: las chugchucaras. Quien más allá de su documento de identidad generoso de reconocerse en el gentilicio refiere una calle o un olor particular no sólo sabe a donde queda la calle de los manjares, sabe de antemano que un verdadero latacungueño guarda entreverado en sus genes la hospitalidad, su sentido del humor  refinado, el desprendimiento y la bondad.

La cocina ecuatoriana y particularmente a esta altura donde los corazones laten más rápido y a mayor presión de aquí se fugan los cardiacos y los desesperados, en este libro su autor, Gutiérrez Estrada, se asemeja a un personaje más bien desmitificado, poco ficticio, un acorazado intelectual que hace de cada hecho narrativo bocados de la vida real y la obsesión del dato justo por contar las historias de una atmosfera que se sale de la cocina, que lo ubica y que se vuelve fascinante, que cuenta un habitual día de quien cocina como respira.

Una revisión fascinante entre el color y el aroma de la sierra andina ecuatoriana en sus platos particulares y codiciados por los paladares más exigentes y los que a suerte de querencia legaron de cocina a cocina, de receta a secreto y aroma evaporante en la mesa para celebrar la alegría, la única riqueza que nos da la comida.

El libro reúne entre sus páginas entre el follaje de imágenes comestibles una prosa tan única como la que Gutiérrez Estrada acostumbra, escribe laboriosamente “nunca podría hacer una novela de detectives, sus pasos e intentos son muy ruidosos, crocantes, como el crepitar del maíz en la casuela y el tiesto,  en vano podría intentar la pesquisa se delataría sólo en el intento de dar con el antagónico”.

Tito Gutiérrez estrada ha repetido el gesto del espejo, se ha ataviado nuevamente sobre el personaje de la Mama Negra, lo saludan desde lejos, de cerca y a pie, “si me dedico a la política –dice- lo embarraría todo, es mejor que eso linderos sigan lejos, lo publico vestido de poder corroe el trazo; prefiero la holgura espontanea del vecindario que me resulta más próximo” (…) en ese instante se reconoce sabe que entre axioma y paradigma el verdadero latacungueño es aquel que empecinado cree lealmente en su natalidad y sus coterráneos.

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