martes, 20 de agosto de 2013

Vicente León y Argüelles


El Dr. Vicente León y Arguelles nació en Latacunga en 1773, falleció en el Cuzco el 28 de Febrero de 1839, donó la mayor parte de su fortuna para su creación de un establecimiento educativo en su ciudad natal, esta donación está detallada en su testamento fechado el mismo día de su fallecimiento.

La noticia de la muerte del Dr. León llegó pronto a Latacunga, la satisfacción del pueblo fue completa, entre una serie de trámites y organizaciones de todo tipo, una Junta de Notables se reúne en la ciudad el 21 de junio de 1839 con el fin de entre otras acciones colocar una Estatua del filántropo en el sitio mas publico del Establecimiento, con la siguiente inscripción. “A LA MEMORIA DEL MEJOR PATRIOTA DEL SIGLO DE LAS LUCES, VICENTE LEÓN, NACIÓ HIJO DE ESTE PUEBLO, Y MURIÓ HACIENDOSE PADRE DE EL”.

Luego las propuestas se ampliaron acerca de colocar la mencionada estatua en la Plaza Mayor de la ciudad, en fin, de las buenas intenciones no se pasó, claro que desde que se fundara el colegio, la Primera Junta Administrativa en 1842, recordaba con civismo patriótico el día del fallecimiento del filántropo y cada 28 de febrero se realizaban marchas y desfiles con alumnos y ciudadanos destacados.

La administración de los rectores vicentinos en el siglo XIX se preocuparon por el proyecto del monumento, sin conseguir resultados concretos, se formaron comités con ex – alumnos, radicados en Quito, se fundo el Comité Universitario “Vicente León”, en el año 1909 formado, entre otros con Luis Fernando Ruiz Bastidas, Luis Aníbal Vega Vega, Leopoldo Rivas Bravo, Alejandro Maldonado Grijalva, Eduardo Varea Quevedo, Modesto Ramos Enríquez y Jorge Jarrín Córdova, etc; algo se consiguió, como el Decreto del Congreso, fechado 15 de Octubre de 1909 por el que se establece el 5 % de la rentas municipales de Latacunga y Pujilí, y un centavo sobre cada libro de agradecimiento que se produzca o se consuma en la provincia, para la erección del monumento.


lunes, 19 de agosto de 2013

Al pie de la letra


De la ciudad no me llevo sino el polvo enamorado de los huesos más fúnebres, de ese rencor partido y compartido, de patriarcas y patricios, de legiones extensas sin errantes, de asientos humanos al filo de la aurora, ciudad de ríos, ciudad de abrevaderos, romántica y empedrada, estrecha en calles y gentes; aquí vivimos aquí están el reencuentro y el atino de una brevedad que no es prisa, de esa desmemoria desconocida al fin. De esa arrogancia de heráldicas y traiciones, aquí Jacho y Rodríguez Cunga, en la rúbrica de Lucas Cando sobre una tela del purgatorio, de Varela, de Estrada de Vittorio Santi.

Ciudad al fin desmemoriada acosada hasta su sexo por sus afueras, desde ese arribismo chafo y vulgar del tropel de ocupar el vacío y la ausencia; que queda de la viuda y de la abandonada sino el acoso de la gente, de tosecitas falsas, de murmullos y mojigatas, de la ciudad que no es más que el escenario de un absurdo abandono. Nos dejaron entre palabras los conquistados, de ese verbo de habitar de heredar casa, hogar, patio, plaza y horizonte, al filo de la mañana mas astuta el volcán despierta sus vejestorios, granito puro sempiterno y testigo de los años de la peste, del desarraigo de la inclemencia brutal de sus erupciones.

Aquí en la ciudad más apartada del centro de la nube, en esta parte más oscura de la aurora, aquí escribo lo que ha de ser y ha sido entre la crónica del Diario que a suerte de convicción sigo preguntando al transeúnte, quien mismo es el ciudadano que habita entre el paso y el abismo, entre la bruma y la llovizna, entre el bajío y la soledad de no saber a ciencia cierta que mismo hemos de ser, que hemos sido.

Una polaroid de la ciudad semejante al espíritu de sus anhelos se devela entre el ir y venir por la calle de Judíos, en el centró del damero, los jóvenes que lograron arrancarse las culpas con instinto parricida, de esos descamisados que siguieron la senda del refugio y la bohemia, de esos que a pesar de su negación han sido apátridas y amnésicos por convicción, por que les tocó la vergüenza en la sangre, de pronunciar palabra, de agachar la mirada y no atinar la caricia de eso que solo es verso, el terruño y la patria, la ciudad donde naciste y de la que vienen tus raíces.

Inevitable, insolente al fin, pero en tremenda ingenuidad existe un grado tan neutro de hospitalidad, amigueros e imagineros, así me encuentro, así lo siento ciudad que se disfraza, ciudad atada a su propio ombligo, que se crea a su propia fe y a su propio poder, poder de mercachifle poder desligado a la omnipotencia de creer que el hambre puede serlo todo.

Caminar hasta el amanecer entre los autobuses que llegan desde fuera de norte al centro, del sur hasta el filo del mercado, calentándose las manos con vahos y con la solapa doblada para ocultar el cuello de que lo deje afónico, de que la intemperie sea l olvido.