En
la noche primigenia, en el pavor de los abismos, cuando Dios separó la noche
del día y las aguas de la tierra, su espíritu aleteaba por los confines; en esa
noche creó a los ángeles para edificar la obra magna. En la ciega noche de
Quevedo, la noche cansada y espantosa de Shakespeare, las cálidas sombras y el
olor de combate de la noche de todos los héroes, eran centellas los seres
etéreos; eran estrellas los ejércitos de ángeles arcángeles y querubines los
protectores y mensajeros.
La
astrología y el misticismo, la geografía, la nomenclatura de una calle o el
nombre de una ciudad al Norte, la cruz del Sur, el Este lejano, el salvaje Oeste, todas las puntas de la rosa
de los vientos signo propicio de los ángeles, su estrella más distante.
Sobre
la ciudad: el vuelo pardo de un ángel barroco, cenizo y dorado, rosado en
mejillas brillante y labrado con el amoroso cincel de una escuela colonial:
Pampite, Mideros, Legarda, Miguel de Santiago, habitando el retablo con coros
alados para adorar a los santos y vírgenes.
Gabriel,
Miguel, Daniel, Nathael y otros tantos, cada uno con su semejanza divina, sus
tareas: Gabriel anunciando a María la concepción divina, Miguel el gran señor
de los cielos, quien como Dios, de cuyo trabajo sucumbe al mal en erguida
batalla venciendo a Luzbel, señor de las sombras, en un “así sea” eterno e
infinito.
Pero
el Ángel de la Estrella, apea sus alas entre la cordillera de una ciudad para
alabar a la señora del volcán, rogar por todos y proteger al Capitán; magnifico
y grácil, como el rasgo fugas de una lluvia de estrellas; como la señal silente
de inclinar la cien y esperar el designio divino que marca el destino que se
escribe: “que otro día será”.
Ese
mismo ángel sobre Berlín, las alas cobijando a otro ángel desnudo en las calles
de Baltimore, Maryland, Londres, París; las mano sobre el texto
de Withman; otro dictando al oído a
Alejandra Pizarnik; corrigiendo el color en una tela de Frida Khalo, contando
los días de los olvidados; ese otro ángel anunciador Abadón apareciendo en los
cielos para anunciarnos el fin; todos los ángeles ahora soy yo. Que orgullo,
que honor, a vísperas de la vida lo reciproco de devolver un favor.
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