lunes, 13 de septiembre de 2010

La cangahua natal y la invención de Macondo


El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre,
y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.

Cien años de soledad
Gabriel García Márquez


Hacía 1870 en este lugar entre la quebrada de agua de la hacienda Joseguangos entre los juncos y chaquiñanes sus habitantes, antepasados, bordeaban los límites, era entonces una aldea de veinte casas de barro y paja construidos al filo de la hacienda.

Todos los pueblos del mundo mucho antes de su reconocimiento o pomposa nombradía en la gran historia, sopesaron su anonimato en la modestísima labor de construir desde el esfuerzo su identidad. La constitución de esta plaza sólo pudo darse producto de la filantropía, la mancomunidad, la minga, la solidaridad, esta actitud predecesora y primigenia, cualidad que sobresale en la fibra más intima del lugareño por su bondad y hospitalidad, ha sido el reflejo digno y relevante de esta comunidad.

Para comienzos del siglo XX, Lucinda Reisancho como respuesta a un hecho trascendental en la religiosidad del pueblo presenció lo que hasta hoy a sido motivo de múltiples peregrinaciones desde un sinfín de lugares del Ecuador y del mundo, el milagro de la Santísima Cruz; en ese desprendimiento junto a Agapito Rocha, decidieron donar estas tierras, en lo que era conocido como Capilla Pampa.

Para ello fue realizada una construcción muy rústica, un toldo hecho con ramas de eucalipto, a lado del domicilio de Carmelo Toapanta, sitio donde albergaron durante los días de construcción de la iglesia la imagen de la Santísima Cruz. La construcción de esta capilla demandó la suma de voluntades entorno de la convicción religiosa a la poderosa imagen, cabe indicar que coincidencialmente las campañas independentistas y liberales surcaron su trajín por el camino real, como paso obligado por estos pueblos, Mulaló vio pasar a las tropas de Sucre en su camino hacia la laureada batalla del Pichincha del 24 de mayo de 1822, donde varios aguerridos mulalenses se sumaron al tropel; la escena liberal de inicios del siglo XX que finiquitó el triunfo de Eloy Alfaro en la batalla del Chasqui también protagonizó a estos pueblos como testigos.

Mis antepasados, abuelos y padres, vivieron un tramo mínimo de la historia de esta tierra. Auparon su esfuerzo por mejores días sumados al brío de cada uno de los hombres y mujeres que merecen el significativo de hijos. Luego su éxodo los bordearía, como a otros, a salir del pueblo y forjar mejores jornadas en las ciudades. Familias enteras que demostraron honestidad y servicio a favor del progreso. Mingas, expresiones de solidaridad entre las gentes; líderes campesinos, que por antonomasia siguieron fervientes el sendero de ser ejemplo y estima de entre todos los barrios de la Parroquia de Mulaló. Joseguango es sin duda alguna una postal, un paraíso, cuyos habitantes a merced de sus atributos se muestran amables y cordiales con los foráneos. A escasos kilómetros del majestuoso Cotopaxi, es sin duda un privilegio vivir en esta comarca.

A Luz Edelina Heredia y Faustino Rengifo Calvache, mis bien amados antepasados, debo mi afortunada referencia para compilar una serie de informaciones emitidas a lo largo de varios años sobre este particular, oralidades que guardo celosamente y que, de buena fuente, merecen ser publicadas y expuestas a la comunidad y a los anales de la historia de la provincia y el país.

Así mismo refiero el valiosísimo aporte de historiadores connotados quienes han entregado sus vidas al estudio de la Historia Nacional, a Franklin Barriga López cronista de Latacunga, a Marco Karolys Baca, estudioso e investigador nato de la historia latacungueña, a Fernando Jurado Noboa, experimentado miembro de la SAG (Sociedad de Amigos de la Genealogía) y de la Academia Nacional de Historia, a Rodrigo Campaña Escobar, profesor, investigador y arqueólogo; amigos ellos, quienes me han guiado y motivado a seguir con esta investigación con aportes bibliográficos, revisión de archivos particulares; a Paúl García Lanas, a Tito Gutiérrez Estrada, e Iván Berrazueta, miembros correspondientes de la Casa de la Cultura Benjamín Carrión, a Francisco Ulloa Enríquez, Asambleísta de la Provincia y grato cómplice en la investigación de este hermoso lugar del mundo donde nos ha tocado vivir. A instituciones públicas y privadas como el Archivo Nacional, Archivo Jesuita Aurelio Espinosa Pólit de Cotocollao, Archivo de la Curia de la Diócesis de Latacunga, Archivo Municipal, gracias a Monseñor Victoriano Naranjo, a Monseñor Edmundo Viteri, a Monseñor Claudio Guerrero, al Padre Guillermo Rivera, al Padre Giuseppe Valaguzza.

La cultura de los pueblos merece la atención principal de sus habitantes, pues ésta genera el dínamo de su identidad, que no es otra cosa que el amor propio por lo que somos. Especial reconocimiento refiero a Flavio Adán Rengifo Heredia, mi padre, quien con espíritu altruista entregó su dedicación a la configuración definitiva de la tradicional Fiesta de la Capitanía de la Santísima Cruz, a la memoria de Don Juan José y Darío Rocha, de Isidoro Bustillos, de las familias Bungacho, Yánez, Taipicaña, Quimbita, Toapanta; y demás anónimos y recordados amigos. A la Directiva del Barrio 2010 - 2011 quienes visionarios de este proyecto dejan cimentadas las bases de la identidad de los que han nacido en esta tierra.

Durante varios años dedique mi investigación a este barrio rural de Latacunga que acogió en su seno a mi familia, brindándoles el amor y el cariño propio del vecindario rural. Considerado como mi Macondo, mi Comala, este lugar en el que aprendí con insistencia el valor de la palabra, esa convicción atinada que ahora persiste en la labor perenne de volver a tener patria, ese activismo cultural, y la tesis sobre la ternura del conocimiento, porque cuando me convidaron y contaron los cuentos y las cosas pasadas apegado a la ternura de mi abuela, al consejo de mi familia, aprendí aquello de que se debe amar lo que bien se conoce, que el exilio es la desmemoria, que el olvido es la ingratitud.

Y hemos coincidido y nos enorgullece saber que los verdaderos hijos del pueblo cuyo gran abolengo es la sencillez, la honestidad, el trabajo, y esos valores que las grandes urbes perdieron en su desmemoria, nos representan ahora, todos cuantos desde sus pueblos sumaron esa connotación maravillosa de decir la cangahua natal, el lugar mío, donde siempre se vuelve.

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