lunes, 6 de septiembre de 2010

DISCURSO DE INCORPORACIÓN COMO MIEMBRO CORRESPONDIENTE DE LA CASA DE LA CULTURA BENJAMIN CARRIÓN NUCLEO DE COTOPAXI


QUERIDOS HERMANOS EN LA CULTURA

“Seamos cultos, seamos bellos, seamos libres.”
Eugenio de Santa Cruz y Espejo


Tengo la honradísima encomienda de intervenir a nombre de quienes en este acto solemne nos incorporarnos como miembros correspondientes de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, a nombre de Gladis Jara, Ramón Guato, César Ruiz, Ángel Corral Mantilla, Francisco Ulloa Enríquez y el mío.

La hora ecuatoriana redefine su identidad mirándonos de cerca y de memoria, a doscientos años de las acciones rebeldes de las Alcabalas, la ignominia provocada en el sacrificio de los mártires del 2 de agosto de 1810, Espejo, Olmedo, Rocafuerte, Montalvo… los libertadores del 6 de marzo de 1845 y de todo acto que surgió para reafirmar la defensa, la integridad, la libertad y la conciencia de ser ecuatorianos, de ser ciudadanos de la patria, sigue latente la frase de Chusig: ¡seamos!.

El Bicentenario puede ser usado para reinventar el pasado ni tergiversar la historia, esta fecha debería ser otra cosa. El rescate indeclinable de los principios de libertad e igualdad, el compromiso permanente con la democracia y el derecho de todos en declararnos en rebeldía ante cualquier intento de uso arbitrario del poder.

En esa coincidencia señores mítico Sísifo acarreando la cultura a cuestas, infinitamente hacia el porvenir, inclaudicable labor que hace décadas se cristalizó en el pensamiento del ilustrísimo anfitrión, Don Benjamín Carrión.

Nos cobijamos al amparo de los pilares fundamentales de esta Casa, en efecto, Carrión en su libro "Cartas al Ecuador" (y de manera particular en su séptima carta) propuso la patriótica tarea de devolverle al País la autoestima y para ello la consigna de "volver a tener Patria" se constituyó en una ferviente convocatoria social y política que, años más tarde, desembocó, -desde luego también debido a otros factores y acontecimientos-, en las jornadas de mayo del año de 1944 que derrocaron al régimen arroísta, mientras se constituyó un gobierno que provocó enormes expectativas de cambio y transformación. En aquel periodo, como dijera Benjamín Carrión, "en obedecimiento de este mandato ineludible, el de volver a tener Patria, se concibió la fundación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana en la perspectiva de consolidar la nación pequeña llamada a poseer Cultura y Libertad..." Entonces se abrió un horizonte en la vida de los ecuatorianos, horizonte que, en más de una oportunidad, se ha llenado de nubarrones provocados por los trápalas que, desde una mesa bien servida, han gobernado al país sustentando la tesis de la dependencia y favoreciendo el desarrollo de políticas económicas y sociales a favor de grupos minoritarios y excluyentes.

El auditorio averiguará por la edad que tengo, y la argucia de mi posición; detenido entonces pienso en el azar, en la ocasional operación algebraica del tiempo cuando en un evento floral llevado en Loja, un Pablo Palacio niño era laureado por el joven Benjamín Carrión; años después en Quito, los dos monstruos de la cultura ecuatoriana recordarían este inusual encuentro que ahora pertenecía a una lógica afable, seguir acarreando la cultura ante la adversidad y la acefalía.

Si es verdad que no existí esos años estoy completamente seguro que al igual que todos ustedes los viví, y pertenezco a ellos. Este grado iniciático al que refiero es el compromiso que el ser humano concibe sobre si mismo, aún no logro concebir como se le puede llamar a aquel ser humano que no vive en lo que ama, y no es condescendiente en lo que defiende o nombra.


Sigo pensando que ese azar corroe el acero del tiempo, entonces conmemoro las conversaciones extensas con Marco Antonio Rodríguez, nuestro actual Presidente, que si la memoria me lo permite en ese entonces yo era su alumno universitario y el mi maestro , ahora amparados a los nuevos días hermanados a este linaje, la cultura.

El esfuerzo de Carrión si bien fue trascendente y poseyó, en su momento, el eco indispensable en la comunidad ecuatoriana, no siempre se mantuvo latente debido a que el país ha soportado, en el último medio siglo, una vertiginosa vida en donde la concurrencia de factores negativos provocaron en la cotidianidad del común de los ciudadanos decepciones cada vez mayores y, por ende, la consiguiente abulia social.

No se si hubo un antes o un después, las ciudades tienen sus tiempos comunicantes, el latacungueño es escrupuloso por antonomasia, callado, minimalista. Poco o casi nada se sabe de su historia, la mayoría escribió esos anales a merced del tumultuoso paso del tiempo, fue llamada a su tiempo hospitalaria, referida ha un manuscrito rubricado por el libertador Simón Bolívar en una carta a Sucre y su paso por la ciudad.

El tiempo que nos ha tocado vivir no es un post, un luego, aunque ese esbirro posmoderno que no es un luego de la modernidad sino un estado de ánimo parecido al espectáculo de un cuadro de Paúl Eluard, signó a esta parcela del universo paradigmas fulminantes de sosiego y esperanza. Me hubiese gustado estrechar la mano de un Atanasio Viteri, de Félix Valencia, de Belisario Quevedo, de poetas, escritores e intelectuales mayúsculos de las letras vivas de esta provincia.

A mi generación le ha tocado vivir el oleaje transitorio de las despedidas, y aferrados a la sola convicción de defender la cultura y su plural, ligeros y desabrochados de camisa con el corazón hemos despedido al Turquito Indio, Jorge Enrique Adoum, a Mario Benedetti, a José Saramago, a Carlos Monsivais, regios intelectuales que sentenciaron al unísono que la única defensa ante la muerte es el amor, corresponde a ese amor la lealtad hacia uno mismo.

“Tenemos que ser un pueblo grande en los ámbitos de la espiritualidad, de la ética, de la solidez institucional, de la vida tranquila y pulcra” tenemos que reconocer que esa integridad es un deber a la lealtad por sobre todas las cosas. Sin lealtad no existe convicción ni libertad.

Queda mucho por hacer en la obra de edificación del hombre ecuatoriano. En la obra de edificación del Ecuador. Y esa es la misión, esa la obra de todos, hoy como nunca premiosa, hoy como nunca ineludible.

Corresponde esa noción urgente de volver a tener patria.

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

SEÑORAS Y SEÑORES

Miguelángel Rengifo Robayo

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