viernes, 30 de julio de 2010



vi


...sólo eran falsas las circunstancias,
la hora y uno o dos nombres propios.
j. l. Borges


Todos los hombres, en el vertiginoso instante del coito, son el mismo hombre.
Todos los hombres que repiten una línea de Shakespeare, son William Shakespeare.


Pie de página:

Buenos Aires, Luna Parck abril 19....

Retiré torpemente mi atención de la lectura, porfié cerrando los ojos el recuerdo de sus rizos, una tela de Renoir pintada en 1897, logré repetir una encíclica de Shakespeare en su inglés natal:

"Speak what you feel, not what we ought to"

Transcribí un poema de Ovidio en su sánscrito sedicioso y elemental: Carpe Diem; declaré mi nombradía subido al púlpito de un sueño de Marcel Proust; repetí mi índice inclinado sobre un atlas del siglo XVII para ubicar una calle en Ámsterdam. No quise entender que era eso que nacía en mitad de mi estómago luego de releer en silencio a Bolaño. Escribí su nombre en una carta de enero de 1714 y miré todo un álbum de daguerrotipos rememorando una película de Luis Buñuel (los olvidados) encontrándome aun niño sobre el patio de esa casa en la ciudad de Milán.
Descorrí la cortina y el cielo era de Estambul, sabía que su cintura era pequeña, que dormimos juntos la noche anterior, que dos denarios equivalían a la quinta parte de la traición de Judas el Izcariote.
Una mañana la encontré acicalando su cabello siendo irrepetible su hermosura que desfallecí peligrando al pensar que la perdería. La perdí.
Comulgué con la logia de una comunidad secreta del siglo XIX que dispuso la creación de un hombre de la talla de Lazarus Morell y Jak the disembowel. Atiné sobre una cartulina el carboncillo de su cuerpo desnudo alumbrado levemente por un candil de combustible en un barco con destino a Irlanda del norte. Huyendo tal vez. En una playa de Cádiz suspendí mi pesquisa al percatarme de que sus huellas se detenían a escasos metros de mí y era natural que para ese encuentro las flores se hayan marchitado que mis palabras callen en un efusivo abrazo y se disloque una fatalidad que el amor sea nombrado sólo con las lágrimas.
En Arles un buen hombre me preguntó ¿qué era el amor? Y sin darle respuesta erré las calles de un laberinto que simulaba París y me encontré con Vallejo, Lautremount, Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, en una taberna de Montparnasse libando en torno de un recuerdo no mayor que su infancia.
Me acordé de usted al arribar a un aeropuerto en Madagascar, recordé con detalle las expresiones de su rostro luego de mis besos al son de un aire gitano en la estación de Atocha. En Manhatan lloré amargamente al recordar la sonrisa huidiza de una limeña que abandonaba su casa a sus siete años aferrada a su suerte, Edhelinna, de cuyo nombre guardo un extraño parentesco con los libros de cabecera.

En la primera página de un libro de Roberto Arlt transcribo una declaración de amor para decirla cuando la mire: (a todas horas y mientras dure)

Tú eres todo lo que tengo
Desde que perdí mi tristeza.
Odas elementales de Neptalí Reyes. 1973.

Sedicioso o no, Darwin, he tramitado sin principios de ley mi gratitud a la lealtad y la admiración mutua en la que se ha basado esta amistad. A vísperas de tu aniversario he terminado de leer una carta escrita en Montevideo por ese genio inadvertido del cual sondeo mis alegatos para exponértelo, ese Juan Carlos Onetti, a propósito de Roberto Arlt: (cuenta)
1) Una mañana sus compañeros de trabajo lo contrataron en la redacción (era otro diario, Crítica, donde Arlt estaba encargado de la sección "Policiales") con los pies sin zapatos sobre la mesa, llorando, los calcetines rotos. Tenía enfrente un vaso con una rosa mustia. A las preguntas, a las angustias, contestó: "¿Pero no ven la flor? ¡ No se dan cuenta que se está muriendo?"

La vida es un bello arrebato que sufija un momento que converge en todos los momentos. Yo no sé de cierto en su ley causal, pero de algo estoy seguro, por doquiera que husmeamos nos topamos con sorpresas gratas, con compromisos que nos marcan, con palabras que nos reconfortan, con cuerpos de mujeres que amamos y que prometen quedarse y no las dejamos, con un verso copiado a limpio para iniciar una carta posfechada para nuestros padres, nos encontramos con amigos que de a poco se despiden que nunca prometen, con un niño que juega a ser nosotros, con cada maravilla. A mis adentros recuerdo una cisterna en la parte alta de mi casa, mis amigos imaginarios mentando una partida de damas chinas, la hazaña del librito de aventuras, Salgari, Verne, Allan Poe.

Alguna mentira piadosa refrescaría tu memoria. Pero no es mi trato. Te cuento verdades. Iluminaciones. Te escribo desde Buenos Aires a escasos días de mayo de este año holgazán, la ciudad un poco extraña, el libro de bitácora que lo tomé de tu librero desmiente que no se pueda vivir en el exilio, me ha alegrado en demasía, hoy por la noche tomaré el ferro hasta Capital y me tomaré unos tragos a tu nombre. Rememoraré las tertulias sabáticas entre café y cigarrillos de Eliseo Diego, Jorge Edwars y Reinaldo Arenas, acabaré en el colchón de un ave de paso, me sentiré feliz.

No se puede desmentir lo que se cree a razón de lo que se sienta. No se debe, eso sería negarse, torcer nuestro propósito humano olvidarse por completo de lo que somos. A vuelta de correo te mando una postal de la ciudad y esa nota Arltiana escrita en el juguete rabioso, libro que es de un talante selecto y para unos pocos escogidos, no todos Darwin, tenemos el privilegio que poseemos, eso es un avance.

Me dan ganas y no las aguanto, harto escruto lo que el monstruo Danés sentía en su habitación de Arles escribiendo sus cartas a su hermano Teho, contándole con un espíritu prosaico y cosmopolita su vida, de que otra manera podríamos llamarla sino: vida. Una mañana sumido en su miseria y abandono total confiesa a su hermano Teho: la verdadera Universidad de la vida es esta, la fragilidad con que el hombre lucha por merecer un aliento para seguir ante tanta adversidad, hace unos días cambié el cuadro de la cena por un par de patatas, y he manuscrito el boceto de esas patatas para cambiarlas por más comida, la miseria, esa, es la verdadera universidad de la vida Teho. Sólo en el dolor absoluto y en el abandono total un hombre se necesita, primario y elemental, se reconoce, pervive, supervive, reivindica su propósito, se vuelve más humano, en vano profesaríamos nuestras codicias intelectuales si no entendemos esto.

Imagino entonces que ha esta hora en otro día circunstancial pegaras tu cabeza a la almohada y que no te de pánico el que te ataquen las preguntas sin respuesta, el fracaso, la mísera consideración del destino, la falsía de la gloria, su falacia, que nadie te prometa Darwin, por que el que promete tiene algo de divino y nosotros, en tal caso somos oligarcas.

Espero vernos pronto, manténme al tanto de la situación. Espero noticias tuyas. Un abrazo:

No hay comentarios:

Publicar un comentario