Seré breve y menos
prosaico, por esa recomendación que ha signado este festival en el centro mismo
del mundo, el 8vo encuentro de Poesía en Paralelo Cero, evento que acoge a
poetas de Argentina, Chile, Colombia, Cuba, España, México, Filipinas, Bolivia,
Guinea Ecuatorial y Honduras. Encuentro dedicado a dos figuras de las letras
ecuatorianas: el poeta Fernando Cazón Vera y el escritor, Miguel Donoso Pareja de
quien póstumamente recordamos hoy, 16 de marzo, un año de su partida.
El Libro: Ingenuidad, lenta
comprensión, de engaño fácil, Pánfilo desde su crítica merece la lectura con
urgencia, necesariamente debe un guiño al lector, para que tú, lector, seas
quien consiga el poema, lo demás es triquiñuelas, artificios, vocaciones.
Diría que: me gusta tanto el cine, esa otra forma de escritura, esa
poética que también me hermana con la imagen en movimiento, por esa suerte de
oficiarme en la fotografía, tantas horas en cinemaparadiso, enamorándome de
Rita Hayworth, de Brigite Bardoth, de Marilyn Monroe, de Mónica Bellucci, de la
tetona de Fellini, en fin, fue en el invierno de uno de estos años pasados
cuando sucumbí a la enfermedad, misma que me obligó al silencio; entre la convalecencia
miraba muy extasiado la película de Campanella “El secreto de sus ojos”, adaptación
de la novela de Eduardo Sacheri, que por cierto mereció el gran premio de la
Academia, pero son otras cosas que no importan.
En un diálogo de esta
película esta la clave del título que da pie a este mi primer libro de poesía,
y para azar benigno, merecedor del premio nacional de poesía.
"El tipo puede cambiar
de todo: de cara, de casa de familia, de novia , de religión, de Dios. Pero hay
una cosa que no puede cambiar . No puede cambiar de pasión"
Esa misma pasión con la que
creo en la poesía, en la literatura, en el cine, en la pintura, en la música.
Ya lo sé, había escrito poesía como un poseso, desde los años alcanforados de
la adolescencia, con esa misma timidez de justificar ese ejercicio íntimo de la
condición humana: escribir simplemente, hace no menos un par de meses volví al
libro lo tome por el cuello y decidí concluirlo, el azar me devolvía el rigor
del hambre y el insomnio, el sistema me había obligado a meses sabáticos sin
actividad laboral para desvelarme completamente en rutinas que iban desde el
filo del nuevo día hasta clarear el sol, escribía para resistir, para no matar,
para no matarme.
Escribir es un asunto de
valentía, más aún si es poesía. “Uno debe tener mucho miedo al escribir,
escribir no es un acto natural como lo es comer, dormir, hacer el amor, es un
acto contra natura, en cierto modo es oponerle la escritura a la naturaleza
finalmente”.
Decir que la naturaleza no
se basta a sí misma, lo que es ya tremendo, sino que necesita otra realidad un
añadido que es la imaginación literaria. La vida necesita un añadido, necesita
otra realidad, entonces eso que denominamos destino confiere páginas, palabras,
tinta, peligro generoso que acorrala al ser humano a tolerarse ético y
recíproco.
El Poeta:
“Ese hombre de
cabellera dispersa, no es otra cosa que el exhumador de un mundo antes
irredento. Ha aprendido, sufriendo fórmulas mágicas que los otros desconocen:
conjuros para evocar y recrear las danzas interiores.
Razas
sordomudas, perdidas en sus parajes profundos, cobran voz bruscamente y, desde
el valle dormido bajo la niebla, ese coral suena iluminando regiones desoladas
o magníficas.
Así, hasta que
toda la tierra se convierte en eco.”
DE JUAN EDUARDO
CIRLOT
Rengifo Robayo, que resulta
ser el poeta, no es sino ese habitante disipado, una suerte de gentileza y alto
a la rutina ensayística, y más aún a ese otra razón, para mí la primera: el
periodismo.
Cuando Xavier Oquendo me
había insistido al teléfono, en ese vértigo de las buenas noticias, porque uno
tiene que darlas, era yo quién las recibía; según el fallo del jurado era el
ganador del Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero, y tardé en creer que esa
certeza me devolviera un poco más acá, pues lo reconozco, esto de la poesía es
una cosa seria, te toca, te quema, no importa cómo ni cuándo, lo hace con
sigilo.
Agradezco la gentileza del
jurado y sus elogios para Pánfilo, a Marialuz Albuja, Vicente Robalino,
Franklin Ordoñez; al rigor editorial de El Ángel, que coincidente me
multiplica: por que mi nombre homónimo la editorial también me iguala, al
personaje principal de la fiesta patrimonial de mi ciudad que me acerca
íntegramente al personaje del Ángel; confabulación del universo, azar y tiempo,
lo que sea; mi abrazo a Sandra Beraha por el adorno de amapolas en la portada
de Pánfilo, a quienes en esta estancia me han brindado el cariño y fraternidad
de la poesía, a todos por igual.
De donde vengo surgen
nombres y poéticas que para mi generación han sido mayúsculas: Rivera
Villavicencio, Torres Maclouft, Leonardo y Franklin Barriga López, José Rumazo,
y los que a fuerza de necedad defiendo como la triada elemental de Félix
Valencia Vizuete, del que reclamo debe ser incluido en el modernismo ecuatoriano
porque no es menos y aun superior que los decapitados, la poesía citadina y
social de Juan Abel Echeverría, y porque olvidar al genio de Atanasio Viteri
Karolys.
Deseo compartir algunos
textos inéditos y otros flamantes vástagos, en agradecimiento por este premio:
Panero[1]
A: Adán, mi padre.
Lo reconozco sesgando asaz toda la mala
poesía,
la maleza, la fatua, la mediocre poesía,
el tamo, las heces, las babas, la vulgar
poesía.
Con la dulzura enconada va arrumando los
versos
haciéndolos montón y montones,
poda adjetivos, figuras barrocas que pierden
siendo tanto;
se lleva el antebrazo al sudor y corta
por manojos
la caña bruta que serán ron y océano
para hundirse en busca de la verdadera
poesía.
Adán, mi padre, germen del hombre,
robusto y valiente,
arruma mis malos versos,
enciende hogueras para calentarse los
huesos;
mira el camino que da a su casa
y ve caer el invierno con lluvias cada
vez más tiernas,
nostalgia la selva,
sus manos abriendo zarzas en la breña,
sus manos haciendo sandalias,
recobrando todos los caminos, las
cartas;
en el grial de su inocencia recobra la
memoria
para aferrarse a las sílabas de su
madre,
infante, inconsciente, aprende el oficio
de renegar la maldita poesía,
reinventar, podar los rastrojos de esa infernal
poesía.
Es mi padre, enormísimo, raíz y caldero,
es el mismo peón incendiando el aserrín
de su roble;
injertado al carácter,
quise entrar en mí mismo y desenterrar a
mi padre
ese desconocido que soy yo,
lo que no soy y no quiero ser,
la mala poesía,
la rutina de un hombre ardiendo
despojos,
esperando su descendencia.
La cesta de pan llena en la mesa,
panero,
mi padre lo sabe, por eso calla,
el silencio es el amor más profundo;
cree que su hijo –el poeta-
decidió escucharse en sus ecos,
descamisarse en un grito para exigir
eternidad;
si partes padre, si decides irte,
¿quién quemará mis malos versos?
¿quién incendiará mi corazón con un nudo
en la garganta?
¿Quién se mirará en tus ojos,
encendido?
Yo, panero, manantial y espejo.
Soy un
poeta lejano[2]
del
interior,
de a pie
un poeta
que a más de escribir sobre el desamor
y el
desalojo,
escribe de
pie
las salvas
de los caídos en batallas futuras
Soy un
poeta minúsculo,
un poeta
que no recibe becas,
ni besos por
cartas,
sólo el
esperpento escupitajo de la indiferencia;
un poeta
abismal
íntimo,
un poeta
al fin,
asfixiado
por la única razón fulgurante de la palabra.
Un poeta
de estas latitudes,
de un país
indivisible,
tristísimo
en su hambre de voces, de palabras.
Un poeta
de estas latitudes,
de esta
estirpe:
heredo de
Linh ,de Garcilazo, de Rubén Darío,
de Parra,
de Belano, de Cortázar,
de Borges,
de Neruda, de Mistral,
de
Pacheco, de Paz, de Bolaño,
de
Monsivais, de Urondo, de Medardo Ángel Silva,
de Girondo,
de Santiago, de Félix Valencia, de
Torres Makclouf,
de Arlt,
de Jorge Enrique Adoum, como de tantos otros que se fueron.
Los
innombrables, los necesarios.
Un poeta
al fin
de la raza
de César Vallejo.
Soy un
poeta que no figurará en antologías,
en un
catálogo,
en la
academia.
Soy un
poeta lejano,
(lo
reconozco)
del
interior,
(así lo
siento)
de todas
partes, arte poética de estación,
de
aeropuerto,
de ciudad
andina,
del ajenjo
de las despedidas,
de las
cartas y las ausencias.
Poeta al
fin minúsculo y real,
poeta que
se abre paso,
que levanta su
voz para atender a su generación.