miércoles, 30 de marzo de 2016

La poesía como voz nueva


Seré breve y menos prosaico, por esa recomendación que ha signado este festival en el centro mismo del mundo, el 8vo encuentro de Poesía en Paralelo Cero, evento que acoge a poetas de Argentina, Chile, Colombia, Cuba, España, México, Filipinas, Bolivia, Guinea Ecuatorial y Honduras. Encuentro dedicado a dos figuras de las letras ecuatorianas: el poeta Fernando Cazón Vera y el escritor, Miguel Donoso Pareja de quien póstumamente recordamos hoy, 16 de marzo, un año de su partida.

El Libro: Ingenuidad, lenta comprensión, de engaño fácil, Pánfilo desde su crítica merece la lectura con urgencia, necesariamente debe un guiño al lector, para que tú, lector, seas quien consiga el poema, lo demás es triquiñuelas, artificios, vocaciones.

Diría que:  me gusta tanto el cine, esa otra forma de escritura, esa poética que también me hermana con la imagen en movimiento, por esa suerte de oficiarme en la fotografía, tantas horas en cinemaparadiso, enamorándome de Rita Hayworth, de Brigite Bardoth, de Marilyn Monroe, de Mónica Bellucci, de la tetona de Fellini, en fin, fue en el invierno de uno de estos años pasados cuando sucumbí a la enfermedad, misma que me obligó al silencio; entre la convalecencia miraba muy extasiado la película de Campanella “El secreto de sus ojos”, adaptación de la novela de Eduardo Sacheri, que por cierto mereció el gran premio de la Academia, pero son otras cosas que no importan.

En un diálogo de esta película esta la clave del título que da pie a este mi primer libro de poesía, y para azar benigno, merecedor del premio nacional de poesía.

"El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa de familia, de novia , de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar . No puede cambiar de pasión"

Esa misma pasión con la que creo en la poesía, en la literatura, en el cine, en la pintura, en la música. Ya lo sé, había escrito poesía como un poseso, desde los años alcanforados de la adolescencia, con esa misma timidez de justificar ese ejercicio íntimo de la condición humana: escribir simplemente, hace no menos un par de meses volví al libro lo tome por el cuello y decidí concluirlo, el azar me devolvía el rigor del hambre y el insomnio, el sistema me había obligado a meses sabáticos sin actividad laboral para desvelarme completamente en rutinas que iban desde el filo del nuevo día hasta clarear el sol, escribía para resistir, para no matar, para no matarme.

Escribir es un asunto de valentía, más aún si es poesía. “Uno debe tener mucho miedo al escribir, escribir no es un acto natural como lo es comer, dormir, hacer el amor, es un acto contra natura, en cierto modo es oponerle la escritura a la naturaleza finalmente”.

Decir que la naturaleza no se basta a sí misma, lo que es ya tremendo, sino que necesita otra realidad un añadido que es la imaginación literaria. La vida necesita un añadido, necesita otra realidad, entonces eso que denominamos destino confiere páginas, palabras, tinta, peligro generoso que acorrala al ser humano a tolerarse ético y recíproco.

El Poeta:

“Ese hombre de cabellera dispersa, no es otra cosa que el exhumador de un mundo antes irredento. Ha aprendido, sufriendo fórmulas mágicas que los otros desconocen: conjuros para evocar y recrear las danzas interiores.
                                                                                           
Razas sordomudas, perdidas en sus parajes profundos, cobran voz bruscamente y, desde el valle dormido bajo la niebla, ese coral suena iluminando regiones desoladas o magníficas.
Así, hasta que toda la tierra se convierte en eco.”
DE JUAN EDUARDO CIRLOT

Rengifo Robayo, que resulta ser el poeta, no es sino ese habitante disipado, una suerte de gentileza y alto a la rutina ensayística, y más aún a ese otra razón, para mí la primera: el periodismo.

Cuando Xavier Oquendo me había insistido al teléfono, en ese vértigo de las buenas noticias, porque uno tiene que darlas, era yo quién las recibía; según el fallo del jurado era el ganador del Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero, y tardé en creer que esa certeza me devolviera un poco más acá, pues lo reconozco, esto de la poesía es una cosa seria, te toca, te quema, no importa cómo ni cuándo, lo hace con sigilo.

Agradezco la gentileza del jurado y sus elogios para Pánfilo, a Marialuz Albuja, Vicente Robalino, Franklin Ordoñez; al rigor editorial de El Ángel, que coincidente me multiplica: por que mi nombre homónimo la editorial también me iguala, al personaje principal de la fiesta patrimonial de mi ciudad que me acerca íntegramente al personaje del Ángel; confabulación del universo, azar y tiempo, lo que sea; mi abrazo a Sandra Beraha por el adorno de amapolas en la portada de Pánfilo, a quienes en esta estancia me han brindado el cariño y fraternidad de la poesía, a todos por igual.

De donde vengo surgen nombres y poéticas que para mi generación han sido mayúsculas: Rivera Villavicencio, Torres Maclouft, Leonardo y Franklin Barriga López, José Rumazo, y los que a fuerza de necedad defiendo como la triada elemental de Félix Valencia Vizuete, del que reclamo debe ser incluido en el modernismo ecuatoriano porque no es menos y aun superior que los decapitados, la poesía citadina y social de Juan Abel Echeverría, y porque olvidar al genio de Atanasio Viteri Karolys.

Deseo compartir algunos textos inéditos y otros flamantes vástagos, en agradecimiento por este premio:

Panero[1]

 A: Adán, mi padre.
Lo reconozco sesgando asaz toda la mala poesía,
la maleza, la fatua, la mediocre poesía,
el tamo, las heces, las babas, la vulgar poesía.

Con la dulzura enconada va arrumando los versos
haciéndolos montón y montones,
poda adjetivos, figuras barrocas que pierden siendo tanto;
se lleva el antebrazo al sudor y corta por manojos
la caña bruta que serán ron y océano
para hundirse en busca de la verdadera poesía.

Adán, mi padre, germen del hombre, robusto y valiente,
arruma mis malos versos,
enciende hogueras para calentarse los huesos;
mira el camino que da a su casa
y ve caer el invierno con lluvias cada vez más tiernas,
nostalgia la selva,
sus manos abriendo zarzas en la breña,
sus manos haciendo sandalias,
recobrando todos los caminos, las cartas;
en el grial de su inocencia recobra la memoria
para aferrarse a las sílabas de su madre,
infante, inconsciente, aprende el oficio de renegar la maldita poesía,
reinventar, podar los rastrojos de esa infernal poesía.

Es mi padre, enormísimo, raíz y caldero,
es el mismo peón incendiando el aserrín de su roble;
injertado al carácter,
quise entrar en mí mismo y desenterrar a mi padre
ese desconocido que soy yo,
lo que no soy y no quiero ser,
la mala poesía,
la rutina de un hombre ardiendo despojos,
esperando su descendencia.

La cesta de pan llena en la mesa, panero,
mi padre lo sabe, por eso calla,
el silencio es el amor más profundo;
cree que su hijo –el poeta-
decidió escucharse en sus ecos,
descamisarse en un grito para exigir eternidad;
si partes padre, si decides irte,
¿quién quemará mis malos versos?
¿quién incendiará mi corazón con un nudo en la garganta?

¿Quién se mirará en tus ojos,
encendido?
Yo, panero, manantial y  espejo.


 Soy un poeta lejano[2]
del interior,
de a pie
un poeta que a más de escribir sobre el desamor
y el desalojo,
escribe de pie
las salvas de los caídos en batallas futuras

Soy un poeta minúsculo,
un poeta que no recibe becas,
ni besos por cartas,
sólo el esperpento escupitajo de la indiferencia;
un poeta abismal
íntimo,
un poeta al fin,
asfixiado por la única razón fulgurante de la palabra.

Un poeta de estas latitudes,
de un país indivisible,
tristísimo en su hambre de voces, de palabras.

Un poeta de estas latitudes,
de esta estirpe:
heredo de Linh ,de Garcilazo, de Rubén Darío,
de Parra, de Belano, de Cortázar,
de Borges, de Neruda, de Mistral,
de Pacheco, de Paz, de Bolaño,
de Monsivais, de Urondo, de Medardo Ángel Silva,
de Girondo, de Santiago, de Félix Valencia,  de Torres Makclouf,
de Arlt, de Jorge Enrique Adoum, como de tantos otros que se fueron.
Los innombrables, los necesarios.

Un poeta al fin
de la raza de César Vallejo.

Soy un poeta que no figurará en antologías,
en un catálogo,
en la academia.
Soy un poeta lejano,
(lo reconozco)
del interior,
(así lo siento)
de todas partes, arte poética de estación,
de aeropuerto,
de ciudad andina,
del ajenjo de las despedidas,
de las cartas y las ausencias.

Poeta al fin minúsculo y real,
poeta que se abre paso,
que levanta su voz para atender a su generación.





[1] Inédito. La fiebre del Ornitorrinco. Escrito entre 2010 & 2014. Dedicado a Flavio Adán Rengifo, mi padre.
[2] Publicado en Pánfilo, 2015.

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