martes, 30 de octubre de 2012

El arte anfibio

El fotógrafo debe tener una cualidad insospechada: pasar desapercibido del entorno, eso significa además estar en el momento y lugar apropiados. En el más estricto sentido etimológico la fotografía significa dibujar con la luz, conocerla, dominarla, incluso que desde el entender metafísico de la fotografía sea entendido como el ser humano como ser de luz.

Resulta pudoroso ahora admitir que cualquiera se llame a si mismo fotógrafo por el simple gesto de disparar a discreción, y esto en el sentido menos figurado, matando la noción del oficio de alquimista o depreciando la estética por la estética en un sentimiento parricida y casi suicida de atinar una imagen bien lograda por el exceso de la edición en PhotoShop o peor aún de los virtuosismos de la tecnología.

Los fotógrafos han sido los adecuados ilustradores de la historia, sin ellos los daguerrotipos o aquellos enfoques y películas de ciudades y gentes no hubieran sido el maniqueísmo del ícono o aun más evidente lo imprescindible en el génesis de la imagen en movimiento que es el cine, hermano mayor y séptimo arte.

La iluminación, la composición. La exposición, el uso manual, y otros términos fundamentales deben ser dominados por este anfibio, deben acoplarse y entallar de múltiples maneras incluso a las tendencias dialécticas por rescatar este maravilloso oficio.
Me pregunto qué sería del ícono de las izquierdas latinoamericanas si Korda no hubiese atinado la fotografía de Ernesto Guevara ante el evento del muelle de la Habana en pleno apogeo de su revolución y que hoy esta inserto en el imaginario colectivo como prototipo del irreverente, del revolucionario tradicional?

La fotografía es un asunto elemental, por lo mismo, debe exigirse en la tarea más conspicua de la observación; el fotógrafo es el ojo crítico y analítico del entorno, su involucramiento hace parte de lo trascendental incluido esa vacua letanía de que la imagen es políglota y dice más de un millar de palabras.

Qué quiero entonces decir con mi oficio, si el anfibio resulta tuerto, o da palos de ciego por hobbie o afición resulta denigrante.

Habrá que entender a la fotografía como una de las bellas artes, y como me replicaba un profesor de este apasionante mundo, en la fotografía el problema no es la flecha sino el indio. Es decir por más sofisticado que sea el equipo el asunto es el dominio y perfección del anfibio (fotógrafo).

LAS DESPEDIDAS



Paco Estrada se examinaba en una fotografía de los cincuentas cuando había radicado la Valencia de la postguerra, aún Franco tenía la similitud con el sarro sobre la alcantarilla insospechablemente inequívoco. Bizarro, irreal, trastocado, una fotografía de los años donde conoció a Caín Rodríguez Cunga, al boliviano y claro el recuerdo de Santiago Nazca a quien le decían Pájaro, el Pájaro Nazca, una suerte de diatriba y enjundia de  exiliados.
Pasea con los dedos el papel fotográfico sin fecha, debe ser el verano que recorrió hasta Huelva, y pernoctó al amparo de una familia de facundos y que pudo haberse vibrado el tiempo si aquel silencio pastoso del amarillo no refiriera que es otro lapso donde nadie es lo que parece ser a simple vista.
Han pasado cincuenta años en que el aficionado, el del golpe sin explicaciones tediosas sobre la vida o la muerte, sobre los asesinos enquistados en la solución obtenida hurga en mitad de la noche la fatiga de recordar el primer cumpleaños de su hijo, atravesar la avenida volver nuevamente al cause, empachar las cuentas y cuadrarlas, mirar sobre el cristal las gotas de las lluvias; recordar hechos y descartar traiciones, la mañana que de vuelta a casa vio por última vez a su madre despedirse desde lejos como diciendo, como creyendo que las vueltas a casa siempre reconfortan.
Lo escrito mañana. Paco es más bien un escritor a cuenta gotas, un personaje ruidoso, un escándalo fecundo, autobiográfico como su carcajada, un hombre que hace y deshace madejas y palabras, polemista ubicuo, destructor de moldes, es irrepetible leerlo cada vez se inventa en su afán; ha sido tímido a la vez, ese pudor intelectual que nunca es modestia sino tácito imperturbable.
Un buen día en el café ante Lucas Cando sorbía  levemente el anís  mientras Vittorio sostenía el ultimo pitillo rubio en su mano derecha buscando el encendedor en los bolsillos del saco. Paco sostenía afiebrado sobre el sentido insurgente del título del  libro sobre los  adioses, las renuncias irrepetibles de dejar que la nostalgia invada como la lluvia en las suelas andadas, mordientes; le impresionó tanto que al rebelde Huatey, en el eje de la conquista española, sus captores le pondrían a elegir si se convertía al Cristianismo lo ahorcarían no sufriría e iría al cielo, si no se convertía al cristianismo lo quemarían con leña verde y sufriría mucho e iría al infierno. Huatey preguntó ¿en el cielo hay españoles? Le dijeron que sí. Él dijó entonces: ¡leña verde!.
Inutilizado terminó titulando un mal al fin y decidió decirlo de frente como un grito, siguió escribiendo y cuando me lo mostró terminé aceptando casi como un enfermo de la literatura, con un cierto aire de fetichista de acertar inundado de lealtades y en definitiva preguntándome si en verdad los libros que te sobran son los que se niegan a caber en todas partes.
Era agarrarlo por el cuello, no simplemente era publicarlo, qué queda de un editor y critico literario sino una suerte de ilogismo frustrado, una suerte de atinar en el párrafo ajeno y decir era ello lo que debí decir, dejándome llevar por la complicidad de virar las esquinas en ensayos laboriosos de un arte como la insolencia.
Los elogios corren la suerte de beneficencia, el editor no puede brillar en un texto forastero, motivos suficientes para odiar un libro sin rebajarse; en verdad que el oficio de editor seguía siendo como recorrer la ciudad y darte cuenta que es el infierno que mereces.
En esa parcela onírica el azul se esparcía por todo lado, era un costado inferior del tríptico del Bosco, El jardín de las delicias, en esa tela el rostro delator del parricida se difumina en la llanura detrás de la fuente, es 1985, la página empieza por hablar de la abominación de los espejos y un volumen de Ficciones, editorial Espasa, abre el sésamo de una noche entreverada de pesadillas, delatores, y la secta visceral de Paco, Vittorio y Lautaro.
La ciudad cualquiera era una garganta, luego de montarse en el automóvil de Paco, Lautaro y Vittorio se largaban por ahí para discutir cosas que eran intrascendentales para los otros. Esa noche compartieron el menú en un Chifa al norte de la ciudad. Hablaron de Honorio Bustos Domecq, de una ficción acaecida en el siglo pasado y que parte de un versículo de una de las hojas ordenadas por Borges, la amistad, el compromiso de escribir, el azar, la complicidad y lo efímero como son la muerte y el amor.
Incluso hablaron de mi regreso, largas horas apeados al cuadro del infierno pintado por Lucas Cando que atinaron a decir las cicatrices te esperábamos. Qué queda por vivir. Reconocer la ciudad dibujada en el vao del cristal por un niño mientras no pasa la lluvia y tienes miedo, y sospechas que aparentemente nada a cambiado, que incluso la calle que daba a la casa de Estela sigue tristemente desconocida.

Sólo me resta reconocerme como Caín Rodríguez Cunda, des exiliado,  editor de oficio.

La resistencia como homenaje


Los días posteriores a la fecha constitucional de la creación del diario La Hora están insertos a la médula vital de la historia democrática del Ecuador, sin duda, en este mismo concierto su accionar ético de gran valía aportó a derechos fundamentales como la libertad de expresión, la militancia, motivadores de la labor tesonera de quienes sostienen este proyecto denodado y visionario de que el periodismo no es una travesura de rebeldes sin causa. Es el manejo de realidades, con apoyo en la palabra y en la responsabilidad que apunta a la dignidad.
Su sola presencia en estos años como accionar regional y provincial sustenta los principios del liberalismo ecuatoriano y se compromete con la defensa de la libertad de expresión, opinión, información, en tiempos difíciles como los actuales donde el acoso y otros excesos del poder advierten la resistencia y la dignidad.
Latacunga en su constitución y sentido de la democracia o de las democracias, como define A. Touraine, ve consolidada en la creación de su primer periódico y es a Carlo Cassola a quien se debe la fundación en Latacunga de La Civilización “periódico científico artístico agrícola, metalúrgico, manufacturero, comercial y literario”, que salía cada quince días y que circuló 1856.
Carlo Cassola di Lucca, científico y educador, nació en Nápoles el 3 de noviembre de 1.828. El 3 de noviembre de 1.855 llega a Latacunga, contratado por el Gobierno del Ecuador para la creación de la cátedra de Química y Física en el colegio de San Vicente (actual “Vicente León”).
“La Civilización” publicó su primer número el 1° de noviembre de 1856, además de ello instaló los laboratorios de física y química en el mencionado colegio. Desde un principio el Profesor Cassola logró establecer agencias fuera de Latacunga, en Quito, Ibarra, Otavalo, Esmeraldas, Ambato, Riobamba, Guano, Cuenca, Guayaquil, Loja, Manabí, y Guaranda, dando pruebas de su increíble dinamismo.
Con anterioridad, en 1851, se habría fundado en Latacunga el periódico “Restauración”, de carácter político, cuyo lema era “atended más a lo que se os calle, que a lo que se os dice; a lo que se os oculta, que a lo que se descubre.” (Cramenín L.) cita del jurista francés que tuvo tanta influencia para la época.
Infortunadamente no existen ejemplares de este periódico donde sería obvio como la Biblioteca del Colegio Vicente León donde se editaba en su imprenta, ni en el museo de la casa de los Marqueses en Latacunga; a esta referencia corrobora Gustavo Pérez Ramírez, en su obra del Vesubio al Cotopaxi, debemos reafirmar la memoria como ineludible.

martes, 2 de octubre de 2012

Periodismo de ficción

La ficción y la historia se escriben para corregir el porvenir, para labrar el cauce del río por el que navegará éste, para situar el porvenir en el lugar de los deseos. La historia y la ficción se construyen con las respiraciones del pasado y reescriben un mundo que creemos haber perdido. Cada vez las fronteras entre los dos géneros son menos claras.

El oficio de la escritura en ciernes permite poco tiempo para la reflexión, los condicionantes de la brevedad y la veracidad son cada vez desnutridos y ocasionales; este resultado no pretende en lo más mínimo la justificación la típica charlatanería sobre la ética o la deontología primaria del periodismo. Mas bien la queja general en el país, por ser menos incisivo en las localidades, carece del compromiso, la defensa, el ultraísmo o el “periodismo de investigación” a secas; Manuel Vicen confirma que “[...] ahora el periodismo ya es ficción. La sobreinformación que tenemos hace que lo que se sabe del mundo ya no sea real. Pero dentro de cien años, el que quiera saber lo que somos ya no tendrá que leer novela, porque el alma o la almendra de estos días es el periodismo. Una novela no puede competir con el telediario.”


La crónica, la entrevista, son géneros poco frecuentes por el oficio; al parecer la brevedad hace que nada trascienda incluso la “espectacularización” de la noticia convierte tan light todo lo escrito, o al extremo lo convierte en un síndrome social como el Alzheimer.

Durante el amanecer de la década de los 60, en América Latina y Estados Unidos comenzaron a publicarse relatos apegados fielmente a la realidad, pero narrados al estilo de una novela o de un cuento. Bajo el impulso de autores como el argentino Rodolfo Walsh con Operación Masacre (1957) y el estadounidense Truman Capote con A Sangre Fría (1965), surgió esa corriente narrativa conocida como Nuevo Periodismo, Periodismo Literario o Periodismo Narrativo.

La formación del periodista en cambio exigirá, más allá de la iniciativa de lo común en cultura general, que se conozca por lo menos la obra de Capote, y si seríamos más generosos con la construcción de la identidad los ensayos, o narrativa de Atanasio Viteri, la poesía descriptiva de Juan Abel Echeverría, por citas a palo de ciego, es decir por antonomasia.


Los Nuevos Periodistas que se sumergen donde pasan cosas, han de tomar contacto con desconocidos, se meten en sus vidas de alguna manera, hacen preguntas a las que no tienen derecho natural a una respuesta, pretenden ver cosas que no se tienen que ver, le esta dado ese premio así como la reivindicación en la palabra dicha.